Generalmente envía el correo para la reunión con dos semanas de anticipación, así podemos organizar y reservar el día. Siempre me llama el día antes, cuando ya caducó el tiempo de respuesta, porque no le respondí. Esta vez, no era la excepción. Me interrumpió cuando terminaba de cebarme el tercer mate.
-¿Qué hacés? Te llamo porque nunca me contestate el mail. ¿Venís mañana?
-No sé.
-Es mi cumple. No seas amargo.
Me conoce desde hace 20 años. Estaba ahí cuando le dije que no iba a ir de vacaciones con él porque éramos más de cuatro. Estaba ahí cuando decliné la invitación para ver a los Rolling, porque había mucha gente. Estaba ahí el día que le dije que era mi último recital del Indio, porque no aguantaba más convivir con tantas personas. No importa cuántas veces haya estado. En su diccionario, ser un amargo y un solitario son sinónimos. Suspiré. Nunca entendió, no tendría por qué entenderlo hoy. Metí todo el aire que pude en los pulmones, para seguir:
-¿Quiénes van?
-La banda de siempre. A lo mejor se suma alguno que otro.
A “la banda de siempre” también la conozco desde hace veinte años. Son otros ocho que desde hace diez años se enquistaron en la persona que son hoy y hacen, aproximadamente, las mismas cosas. El alguno que otro deber ser algún colgado que se acercó al grupo y lo van a introducir a “la banda de siempre” con la historia de Mickey.
-Dejame que vea. Tengo otro cumpleaños el sábado, por eso no respondí
-Andá a cagar. Siempre decís lo mismo para zafar. Vení. Si vos no tenés problemas para sociabilizar.
El hijo de puta me conoce las mañas, pero todavía no entiende que me gusta estar solo y que elegir la soledad no tiene que ver con tener problemas de sociabilidad, si no con elegir, de todas las posibilidades, la que sea un número impar y menos de dos. Pero él no entiende, como no entendió en el día del cumpleaños de su novia, cuando me levanté y le dije al oído que me iba, que necesitaba estar solo. Paró la música para escucharme y a los gritos me preguntó por qué me iba. Repetí lo mismo, pero esta vez todos escucharon y me miraron como a un leproso.
-Contame para la comida. ¿A qué hora es?
-A las nueve. Podés venir acompañado.
-Tipo diez estoy allá. Voy solo.
No le alcanza mi respuesta. Me cuenta de su hijita, me cuenta de su mujer, de los problemas del suegro, de su mamá. Hace dos meses que no hablamos y quiere ponerse al día, pero esta conversación es la misma que tuvimos hace dos meses. La diferencia es que la nena cortó los dientes y estuvo con mocos.
-Ya hablé mucho. ¿Vos?
No sé por dónde empezar. Ya no salgo con la chica que conoció, no trabajo de lo que él sabe, falleció el gato, me estoy por ir de la ciudad y mis viejos se fueron de viaje en un contingente de jubilados. No. No quiero hablar más. Me cansó.
-Todo igual por acá, Franquito. Nada nuevo.
-Qué tipo estructurado sos. ¿No te jode la rutina?
Sí. Definitivamente es un hijo de puta. Hace cinco años que sabe cuánto va a ganar, cuántos días de vacaciones le corresponden, dónde va a estar exactamente dentro de un mes y qué día se jubila. Tiene planificado la cantidad de hijos, el geriátrico, los asados que puede comer por el ácido úrico y las camisas. Lo sabe y le jode, así que mejor no meto el dedo en la llaga. No se engaña ni vende su vida como un logro. Eso, precisamente eso, lo hace mi amigo.
-Hago lo que puedo. Che, me tengo que ir. Llego tarde.
-Nos vemos mañana.
Miro el reloj y no entiendo qué pasó: compré una fiesta de cumpleaños para el sábado, se enfrío la yerba del mate y mañana me voy a tener que fumar la puta historia de Mickey, otra vez. Una vez más, aparecen los problemas que trae sociabilizar.