Boletín Culturín N°2

Seguimos con los fantasmas. Hoy tenemos un cuento brevísimo (no más de 10 oraciones) de un erudito inglés llamado I A Ireland. Paradójicamente, el mismo escritor parece un espectro: sabemos que existe, pero no más que eso. Los datos acerca de su persona son escasos, incluso en la Internet.
La literatura fantástica no es un género nuevo. Se remonta a la antigüedad, incluso antes de nuestro señor Jesucristo. Deriva de los cuentos de hadas, duendes y gnomos y estaban muy influenciados por la mitología de cada pueblo. Cuando la Iglesia Católica penetra en su época más oscura, los cuentos paganos quedan prohibidos y las tradiciones comienzan a perderse, ya sea por temor o por conversión. El género tendrá que esperar la modernidad para renacer, pero no ya como cuentos de hadas, sino relacionado con un mundo sobrenatural. Los fantasmas aparecen como algo dado. No hace falta explicar de dónde vienen ni qué hacen en el mundo de los vivos. Simplemente existen, y punto.
El fantasma puede ser una aparición, una alucinación o un desorden mental. Tampoco importa. Lo interesante es que permite jugar con toda la imaginación, porque no se ata a lo estrictamente sensible. Borges y Bioy Casares son referentes de esta escritura. Entran en la misma categoría Lewis Caroll (escritor de “Narnia”), J. K. Rowlling (conocida por la saga “Harry Potter”) y el no menos brillante J. R. R. Tolkien, autor de la trilogía “El señor de los anillos”. Su obra es la celebración del delirio, influenciada por mitología escandinava, celta, etc. Esta obra es la culminación de otros libros, todos basados en el “El Silmarillion”, que fue publicado por su hijo en forma póstuma. Para dar una idea aproximada, “El Silmarillion” es como el libro del génesis de nuestra Biblia. Se explican las razas, las descendencias etc. Melkor equivale a Luzbel, el ángel caído. Y como el delirio de Tolkien era excepcional, también inventó el mundo, dibujando mapas y representantes de todas las criaturas (elfos, hobbits, orcos, hombres, etc). Les dejo el cuento.

Final para un cuento fantástico

-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.

I. A. Ireland

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