Tanto Platón como Aristóteles sostenían que la democracia (el gobierno de las muchedumbres o de la mayoría) no era de ninguna manera la mejor opción: ¿Sabe acaso la mayoría de los hombres (librados a las pasiones) lo que les conviene y lo que es mejor para un pueblo? Ambos entendían (con diferencias importantes, por supuesto) que el gobierno debía ser realizado por una aristocracia (el gobierno de los mejores o del mejor, en caso de una monarquía). El gran problema de esta visión surge cuando aparece una pregunta elemental: ¿Quiénes y por qué son los mejores? Pero esto no es todo: el dinero, las armas y el poder no están, necesariamente, con los mejores ni tampoco a disposición de éstos.
En el transcurso de la historia, los regímenes monárquicos y aristocráticos han ido cambiando por formas más democráticas de convivencia y poder. Los países que iniciaron su camino por el socialismo (científico o no) han demostrado la incapacidad para llevarlo adelante. Incluso Suecia está teniendo serios problemas parlamentarios. Las presiones sociales, económicas, militares y la corrupción intrínseca fueron factores determinantes en esos cambios.
Pero también es un hecho que la democracia es incapaz de resolver problemas de educación, justicia y hambre en cualquier parte del planeta y sabemos que los mismos vicios de los sistemas pasados se filtraron en las vísceras de las democracias actuales. En términos de Nelson Mandela: “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento”. Los sistemas anteriores no han funcionado. Este, tampoco. Sin embargo, por encima de todo, la democracia garantiza la ventaja de permitirnos decidir (para mal o para bien) y nos garantiza (con límites más o menos claros) libertad de decir, de hacer, de consumir y de movernos; y esto garantiza (a su vez) que aquellos poseedores de poder, armas y dinero lo sigan atesorando, resguardado por las libertades conquistadas en la democracia. Obviamente, también sabemos que tenemos más libertades, más salud, más educación, más justicia y más derechos en general cuanto más billetes guarda el bolsillo. De todas maneras, estos resultados (conseguidos a instancias de hombres que dieron la vida en ello) hoy son un valor. La libertad (en todas sus variantes) es la única conquista clara entre otros derechos igualmente importantes. Hoy, estamos dispuestos a vivir en un país en el que se mueren ocho chicos menores de cinco años por día, y sólo por hambre; pero no podemos vivir en un lugar donde se restrinjan nuestras libertades individuales y civiles. En otros términos, podemos convivir con el hambre pero no podemos vivir sin nuestras libertades. Para las sociedades democráticas un valor es más indispensable que otro (por más pavor que esto ocasione). Pero que quede bien claro: esto no implica que debemos elegir entre un derecho u otro. Lamentablemente, para muchos la pelea terminó en esta instancia.¿Cuántos mártires más se necesitan para conseguir lo que nos resta? No sé. No sabemos. Tampoco sabemos si la democracia seguirá siendo la vedette por mucho más tiempo.
En esta semana festejamos el regreso de la democracia, festejamos la posibilidad y el derecho de ser distintos, de ser nosotros mismos. Por desgracia, la mayoría todavía no se dio cuenta de este privilegio y todavía vive bajo la dictadura del automatismo, pensando que sus decisiones son fruto de una libertad que desconocen. Les dejo un poema de un sacerdote protestante luterano de Alemania que falsamente se le atribuye a Bertolt Brecht.
Cuando los nazis vinieron.
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Martin Niemöller