La aparición del diablo en la literatura no es un hecho novedoso. Puede rastrearse en mitos de culturas primitivas y en el origen mismo de la civilización occidental. Está claro que el príncipe de las tinieblas asume diferentes nombres según el lugar, la época y la cultura.
Pero quizá más inquietante (y no por ello menos antiguo) que este suceso sea la aparición del mal en el corazón mismo del hombre. La ambigüedad moral y la usurpación de un mismo corazón por dos seres antagónicos fue llevado a la literatura en diversas ocasiones y en manos de disímiles autores, entre los que podemos citar a Edgar Alan Poe (William Wilson), Italo Calvino (El vizconde demediado) y Herman Hesse (El lobo estepario) entre otros. Inmerso en esta costumbre está el famoso Robert Louis Stevenson, conocido por “La isla del Tesoro” y por su famoso “El extraño caso del Dr. Jeckyll y el Sr. Hyde”. Stevenson tuvo una literatura fresca, de lenguaje fácil y dotada de muchas travesías. Por esta razón tuvo gran aceptación entre los lectores más chicos y muchas veces se lo considera un escritor para jóvenes, lo cual es del todo falso.
Este escritor ve la luz por primera vez en Edimburgo, Escocia, en el año 1850. Su vida está marcada desde la infancia por una salud endeble (en especial por el padecimiento de tuberculosis), lo que dificultó su desarrollo físico e intelectual. Abandonó sus estudios de Ingeniería para convertirse en Abogado y luego se dedicó fervientemente a la literatura. Fue un viajero audaz (y buscador de climas favorables para su salud, también) que se nutrió de sus travesías para hacer literatura. En la Polinesia se lo conoció como el “Tusitala” (contador de cuentos). Sus andanzas lo llevaron hasta Samoa, donde la muerte lo encontraría a sus 44 años de edad, preso de un hemorragia cerebral.
Testigo de sus viajes es, sin lugar a dudas, el cuento “El diablo en la botella”1; altamente recomendado.
En el cuento que acercamos hoy, el diablo mete la cola en una posada. Lo que le sucede es lo que sigue…
El diablo y el posadero
En cierta ocasión el diablo se detuvo en una posada donde nadie le conocía, pues se trataba de gente de escasa educación. Abrigaba malas intenciones y todos le prestaron atención durante mucho tiempo. El posadero, sin embargo, le hizo vigilar y le sorprendió con las manos en la masa. Entonces cogió una soga y le dijo:
– Voy a azotarte.
– No tienes derecho a enfadarte –dijo el diablo-. Yo soy sólo el diablo, y en mi naturaleza está el obrar mal.
– ¿Es cierto eso? –preguntó el posadero.
– Te lo aseguro –dijo el diablo.
– ¿No puedes dejar de obrar mal? –preguntó el posadero.
– Me es completamente imposible –dijo el diablo-. Además de no servir para nada, sería cruel azotar a una cosa tan pobre como yo.
– Es verdad –dijo el posadero.
Hizo un nudo y lo ahorcó.
– Ya está –dijo el posadero.
Robert Louis Stevenson.